Guitarrero, con tu cantar
me vas llenando de luz el alma,
porque tu voz temblando está,
corazón adentro de la farra.
Si alguna vez el tiempo calle para siempre, tu guitarra, sobre tu suelo irá el viento quebrando maderas de jacarandá. Adiós... adiós guitarrero, tu viejo sendero que rumbo h'ai tomar. JUAN CARLOS ZAMATEO
Si alguna vez el tiempo calle para siempre, tu guitarra, sobre tu suelo irá el viento quebrando maderas de jacarandá. Adiós... adiós guitarrero, tu viejo sendero que rumbo h'ai tomar. JUAN CARLOS ZAMATEO
Pequeño, extremadamente delgado y el pelo todo blanco perdido entre las sabanas en esa habitación de la clínica Juan XXIII.
Me miró y aunque hizo un esfuerzo no me reconoció.
- - Soy Carlitos, el hijo de la Lola.
- - Ahhh,
Carlitos, pero que cambiado que estás.
- - Es que han pasado mas de cuarenta años tío , los dos estamos muy viejos.
El que estaba postrado en la cama era un hermano de mi
mama, “ el peti “ , quien sin ninguna duda forma una buena parte de mi niñez.
Guitarrero el, Trovador de las larguísimas noches de inviernos muy fríos. Sin duda mas
fríos que los actuales
Aun me acuerdo en esos lluviosos atardeceres en el
barrio Quintú Panal en la pequeña casa de adobe, cuando lo único que le ponía
alegría y calor a nuestra vida era el rasguido de su guitarra.
Quedaron en mi memoria aquellas viejas canciones de
nuestro folclore que entonaba a toda voz, muchas veces acompañado por el
alcohol que le supo ganar mas de una partida.
Barrio de calles de barro y perros de andar cansino.
¿ Años ? allá por el sesenta y tres, el de la muerte de
Juan XXIII .
- No, no, no le puedo alquilar esas piezas, en cualquier momento se
pueden caer, el adobe esta todo comido.
Eso le dijo a mis viejos aquel chileno dueño de esas
pequeñas piezas de adobe que estaban en el fondo del gran terreno, que se sabia
donde empezaba, pero no donde terminaba. Al patio trasero llegaba hasta alla,
donde comenzaban los yuyos que querían invadir la calle cercana a la ruta22
Mi viejos insistieron y el chileno accedió
– Está bien, yo se las alquilo, pero si pasa algo no me hago cargo.
– Está bien, yo se las alquilo, pero si pasa algo no me hago cargo.
Y allá fuimos en ese comienzo de otoño lluvioso con
nuestras pocas pertenencias que entraban en una carretilla.
Se había terminado la cosecha en las chacras y hubo que
abandonar aquel viejo colectivo destartalado y sin ventanillas donde nos
habíamos refugiado y que estaba debajo de un sauce llorón, al costado de una acequia
en el fondo de la chacra donde mis viejos habían trabajado en la cosecha ese
verano después nuestra llegada presurosa desde Cerro Policia .
La construcción sobre la calle Canadá del barrio Quintú Panal, constaba de dos viejísimas
habitaciones de adobe, piso de tierra y sin luz, sin gas y sin agua corriente,
la que íbamos a buscar con baldes hechos de lata de aceite a una canilla
publica que había en una esquina. El pequeño baño estaba en la parte de atrás y
era solo un pozo semi tapado por maderas, y con una desvencijada puerta que
había que hacer malabares para que no se caiga cuando entrabamos en el.
Uno de las piezas la usamos de dormitorio y la otra
quedó para la cocina.
¿ cuantos eramos ? cuatros, mi viejos, mi hermanita que
aun no caminaba y yo, a lo que había que
agregarle mas que ocasionalmente alguno de los hermanos de mi mama. El pety,
cotela y durante un tiempo el tungo, los cuales iban y venían.
Allí cerca también alquilaba una pieza el otro hermano
de mi mamá, Ricardo, quien después se traslado a Villa Obrera.
En la misma cuadra también estaba una hermana de mi
viejo, La Salvia, que estaba casada con Domingo y tenían dos hijas, Ines y
Edith que eran mis compañeras de juego. También estaba Juan Carlos que era hijo
de la Salvia, pero no del Domingo. El era un poco mas grande y nunca hubo mucha
amistad, por que no me gustaba su forma de ser
Los primeros días mi mama cocinaba en un fogón que había
hecho en el suelo. Eran unos ladrillos sueltos, un par de fierros arriba para
apoyar la pava o la olla y maderas abajo que alimentaban el fuego.
Ahí cerca había un chileno de apellido Navarrete que tenia una “chata” tirada
por un caballo blanco al que mis viejos le compraban cantoneras de álamo que
nos servia no solo para cocinar, si no también para calefacionarnos
A los pocos días de estar ahí, mi viejo consiguió un tambor de chapa, lo
cortó y con eso “fabricó” una cocina, así que ya no nos ahumábamos tanto.
Se dice siempre que la pobreza no viene sola, si no que
también trae alguna que otra desgracia.
Aunque esta desgracia que les voy a contar mas que
dramática, fue graciosa.
Al anochecer de uno de los primeros días mi mamá puso la
pequeña olla sobre el fogón y comenzó a hacer un guisito. Como había comenzado
a hacer mucho frio no sentamos todos alrededor del fuego para recibir un
poquito de calor, pero mi tió Mario, a quien le decíamos Tungo ( nunca supe por
que ) cuando se fue a sentar pisó sin querer uno de las maderas que estaban
ardiendo debajo de la olla y le hizo
como una palanca, por lo que esta salió
volando por encima de los que estábamos ahí.
¿ como terminó la historia? Mi mamá levantó las cosas
del piso, las lavó bien y la volvió a poner en la olla. Era eso, o nada, por
que era todo lo que teníamos para comer esa noche.
Mis tíos eran todos guitarreros y cantores, sobre todo
el peti, quien tambien tiene en su haber algunas canciones compuestas, que
seguramente se han perdido por algún camino.
Siempre me llamó la atención que en las yemas de los
dedos de la mano izquierda se le habían formado unas canaletas de tanto tocar
la guitarra.
Así que los atardeceres muy lluviosos de aquel invierno,
nuestro “ranchito” se llenaba de la música que salía del improvisado conjunto
folclórico de mis tíos, a los que el
resto de los componentes de la casa también acompañábamos con nuestras
desafinadas voces.
El recital de cada dia era un sinfín de zambas,
chacareras, gatos y carnavalitos que nos alegraban las largas y frías noches de
invierno.
Al poco tiempo de estar ahí, el conjunto fue ganando en
instrumentos, por que Paulino ( al que llamábamos cotela ) se consiguió un
acordeón y a eso se le sumó un bombo que fabricó el Tungo.
Lo que aun hoy todavía no logro entender es como
entrabamos todos en esa pequeña “cocina” , por que la música siempre atrae
gente, así que a todos nosotros siempre se agregaban algunos de los vecinos que
al atardecer ya llegaban con sus sillas a disfrutar del “concierto”.
En ese tiempo eso era lo único que nos sacaba de nuestra
realidad.
¿ trabajo ? mis pobres padres se rompían el lomo todo el
día, y si bien nuestro “capital” era mas que escaso, nunca pasamos hambre.
Mi viejo en ese tiempo una vez terminada la cosecha se
dedicaba a hachar álamos junto con mi tío Ricardo por lo que se iban todo los días junto con mi tío Ricardo cuando todavía estaba
oscuro, lo hacían caminando a una chacra que no debía quedar a menos de seis ó
siete kilómetros de la casa.
Y mi mamá se iba también muy temprano a limpiar casas, y
la mayoría de las veces volvía recién al atardecer, por que salía de una casa y
se iba a limpiar a otra. Me acuerdo incluso que en un tiempo había conseguido
en un par de lugares adonde solo iba a para lavar los platos. Por supuesto la
paga era mas que magra. También me acuerdo que le lavaba y planchaba la ropa a
unos muchachos que vivían en una casa de al lado.
Yo tendría unos seis años y mi hermanita recién estaba
empezando a caminar, así que mi tarea era cuidarla, darle de comer y limpiarla.
Por supuesto que también le dedicaba un buen tiempo al
juego con los otros chicos del barrio, abrigaba bien a mi hermanita y la sacaba
al patio para poder vigilarla mientras yo jugaba en
el inmenso patio que había delante de la casa.
Ese año no fui a la escuela ya que recién pude empezar
en la vieja escuela N° 32 a los siete años.
¿ cuanto tiempo estuvimos ahí ? la verdad es que creo que apenas fué un poco mas de un año, pero de ese lugar me quedaron recuerdos
inolvidables que me volvieron a la memoria cuando lo vi al Peti en esa
habitación del sanatorio. Aquel día también al salir del sanatorio lo encontré a mi tío Paulino a quien tampoco veía desde que yo era un adolescente.
En cuanto a Mario que actualmente vive en Cerro Policia no lo he vuelto a ver hasta el día de
hoy.
Al Peti esa fue la ultima vez que lo ví, unos días
después cuando ya estaba un poco mejor se fue de nuevo al campo donde vivía cerca del El Cuy, y a los pocos
meses nos enteramos que había fallecido.
Hoy que lo recuerdo en estas líneas quiero guardar en
mi memoria su imagen cuando todavía era muy joven y la guitarra era su gran
compañera.
Seguramente en algún lugar hay una guitarra con las
cuerdas vestidas de luto.
Carlos Ruiz
No hay comentarios:
Publicar un comentario