lunes, 7 de noviembre de 2011

Gracias por los 25 años de hijo

No te des por vencido ni aun vencido ............

Han pasado 25 años y es momento de dar las gracias.

¿ por que esperar tanto ? por que después de casi 25 años hace solo unos meses recién pudimos respirar aliviados, ahora si después de mucho, mucho andar nuestro hijo está prácticamente curado. Seguramente deberá seguir haciéndose controles periódicos, pero lo peor ya pasó.

Por que durante 25 años hubo gente e instituciones que hicieron posible llegar a esto.

Hace 25 años, en el año 1986 nacía nuestro hijo Nahuel , y el panorama no era el mejor, entre otras cosas menores los médicos le diagnosticaron una enfermedad congénita al corazón denominada Tetralogia de Fallot.

Si bien es este momento es una enfermedad en la cual se ha avanzado enormemente, 25 años atrás era una de las patologías mas complicadas dentro de las enfermedades cardíacas congénitas.

En primer lugar queremos agradecer enormemente a OSECAC, la obra social de los empleados de comercio y al Centro de Empleados de Comercio de General Roca.

Sin ellos este agradecimiento hoy no hubiera sido posible, porque nos cubrieron desde estudios simples y complejos, pasando por las derivaciones a Buenos Aires con operaciones y angioplastias incluidas .

En su debido momento nos derivaron con todos los gastos pagos ya sea de traslado, hotel y comidas para las intervenciones que le hicieron en la Clinica Bazterrica, el sanatorio Guemes, al sanatorio Español y al hospital Gutierrez,

En esos lugares nos encontramos con unos profesionales con un nivel como el que se puede llegar a encontrar en los centros médicos mas avanzados del mundo, y con un nivel humano incomparable, que nos hacían renacer la esperanza cuando creíamos que todo estaba perdido.

Y dejamos para el ultimo a dos médicos de la zona , los doctores Horacio Mut y Esteban Vagnola que hicieron tanto por nuestro hijo no solo desde la parte medica, si no también desde la parte humana. Gracias, gracias y mil gracias por que ustedes dos entre tantos otros profesionales son los responsables que este 16 de noviembre nuestro hijo cumpla 25 años. Carlos Ruiz

¡Avanti!

Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas:
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
Con el hambre genial con que las plantas
asimilan el humus avarientas,
deglutiendo el rencor de las afrentas
se formaron los santos y las santas.
Obsesión casi asnal, para ser fuerte,
nada más necesita la criatura,
y en cualquier infeliz se me figura
que se mellan los garfios de la suerte...
¡Todos los incurables tienen cura
cinco segundos antes de su muerte!

No te des por vencido, ni aun vencido,
no te sientas esclavo, ni aun esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y arremete feroz, ya mal herido.
Ten el tesón del clavo enmohecido
que ya viejo y ruin, vuelve a ser clavo;
no la cobarde estupidez del pavo
que amaina su plumaje al primer ruido.
Procede como Dios que nunca llora;
o como Lucifer, que nunca reza;
o como el robledal, cuya grandeza
necesita del agua y no la implora...
Que muerda y vocifere vengadora,
ya rodando en el polvo, tu cabeza! ( Almafuerte )

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Pancho Ramirez y La Delfina: Un amor de leyenda

El fue un líder indiscutido en Entre Ríos, donde lo llamaban El Supremo. Los orígenes de ella eran tan inciertos como seguras su valentía, su belleza y su audacia.

Vivieron un romance en el que no faltó ninguno de los ingredientes propios de los grandes mitos pasionales, incluida la muerte trágica del héroe

La Delfina apareció una noche vestida de soldado en el campamento del caudillo entrerriano. Mujer de armas tomar, fue compañera en la batalla y amante durante el reposo

18 de Julio de 1821, Rio Seco ( Cordoba )


Una partida santafecina los sigue de cerca, a todo galope, en la última huída. Ramírez y su compañera galopan hacia la muerte. Doña Delfina ha quedado rezagada en la trágica fuga. ¡Pancho! ¡Pancho!

Al oír aquel grito de angustia el caudillo hace girar su caballo en medio del polvo del camino. Sus ojos inyectados en sangre presencian una escena de espanto. Delfina ha sido alcanzada y arrastrada del caballo.

Un soldado le arranca la casaquilla y otro el chambergo, cuyas plumas rojas barren el suelo. Los largos cabellos oscuros caen sobre el bello semblante de la amazona. Seguido por dos de los suyos Pancho carga contra los enemigos lleno de ira y de coraje.

Consigue arrebatar a Delfina de entre las manos brutales de la partida santafecina y la sube en su caballo, que se lanza al galope nuevamente, cubierto de espuma y sudor. Pero un pistoletazo le atraviesa el corazón.

El caudillo se inclina hacia delante abrazándose al pescuezo de su cabalgadura en el estertor de la agonía. El caballo continúa galopando un trecho con su jinete muerto hasta que lo detienen y Ramírez cae al suelo con la cabeza envuelta en su poncho rojo.


18 años después, el 28 de junio de 1839, es un día de invierno en Arroyo de la China (actual Concepción del Uruguay).

Acaso es también un día de fiesta (aunque amarga y secreta) para Norberta Calvento, la señorita cuarentona que oye, desde la sala, el paso demorado de un ataúd. Sus ropas de luto no se deben por cierto a la muerta reciente que transita sobre la calle despareja. Desde hace dieciocho años, viste de negro por un hombre que le pertenecía y que esa muerta próxima supo robarle con descaro. Ahora tiene el consuelo de ver pasar, como reza el proverbio árabe, el cadáver de su enemiga. Tampoco ésa, la extranjera, ha tenido derecho, ni legal ni celestial, a llamarse viuda. "¿Pero es que le habría importado eso a la manceba?", se tortura Norberta. Las noticias del día siguiente la desalientan por completo. La Delfina ha muerto a solas, anticipándose al tango, "sin confesión y sin Dios, crucificada a su pena, como abrazada a un rencor". Nada debió de inquietarle la bendición de un fraile a la que se animaba a presentarse ante el Supremo de los Supremos tan arrogante y desnuda de toda protección como se había presentado una vez ante el Supremo Entrerriano. Si algo faltaba para cerrar el círculo de un melodrama ejemplar, la misma Norberta se encargaría de proveerlo años más tarde, cuando, por su expreso pedido, sería amortajada con el traje de bodas cosido en vano para su casamiento.

Pocas historias cumplen, en efecto, los requisitos de la pasión romántica con la perfección del ya legendario amor entre el caudillo Francisco Ramírez y su cautiva portuguesa, por todos conocida como La Delfina. Hay un héroe indiscutido (Ramírez) que, como deben hacerlo los amados de los dioses, muere joven; hay una mujer fatal (Delfina), tan bella como enigmática, que lo lleva involuntariamente a la muerte. No faltan dos personajes secundarios que completan el episodio: una víctima inocente de la gran pasión (Norberta, la novia abandonada) y un presunto traidor al héroe, por ambición y celos (el entonces coronel Lucio Norberto Mansilla). Se trata de un amor entre enemigos, y también entre un Príncipe y una Cenicienta. Un amor que ignora bandos y jerarquías, que rompe convenciones, que lleva su desafío hasta el último extremo.

El héroe.

Ramírez era hijo de familia decente, de recursos. Su padre, Juan Gregorio, paraguayo, marino fluvial y propietario rural; su madre, Tadea Florentina Jordán, nativa de la provincia, dueña también de algunos campos, que por la rama paterna se hallaba emparentado con el marqués de Salinas, y por la materna, con el virrey Vértiz y Salcedo. Más allá de estos encumbrados antecedentes, lo cierto es que Francisco Ramírez fue ante todo hijo sobresaliente de sus propios actos. Pasado ya el furioso fervor liberal y porteño contra los caudillos provincianos, que animó, entre otros, los textos de Vicente Fidel López, bien pueden verse hoy en esos actos también virtudes cívicas y civilizadoras no reconocidas antes, como ocurre con la ley de enseñanza primaria obligatoria, la fundación de escuelas, los avances en la institucionalización política de la Mesopotamia argentina.

Pero para la construcción de su mito no son tales aportes, sin duda encomiables, los que cuentan. Desde su temprana actuación, a los veinticuatro años, como chasqui de la Independencia, en los albores de la Revolución de Mayo, lo que distingue a Ramírez entre otros es su clarividente valentía y la suerte prodigiosa que acompaña sus empresas. Sabe disciplinar a los propios, emboscar y sorprender a los ajenos. Es él quien arrea todo el ganado que encuentra al paso, y se acerca a Buenos Aires, envuelto en polvo, fragores y bramidos, desconcertante, temible, sin que se sepa cuántos hombres comanda realmente. Es él quien ordena el cruce del Paraná, de noche, y hace nadar a los soldados gauchos asidos a la cola de los caballos para tomar, al día siguiente, la ciudad de Coronda. El, también, quien vence siempre, aun con tropas diezmadas; quien confunde el sendero del enemigo, o lo apabulla con un coraje ostentoso, hasta la última y definitiva batalla, que será también su primera derrota.

Cuando conoce a Delfina aún es aliado del santafecino Estanislao López y de Gervasio Artigas, en contra del Brasil y de Buenos Aires. Después de ganar en Cañada de Cepeda, en 1820, López y Ramírez entran en la ciudad del Puerto, pero no abusan de su triunfo. Su escolta es reducida y no se muestran proclives a la exhibición afrentosa ni a las indiscriminadas represalias (Ramírez acaba de perdonarle la vida a su primer jefe, el director supremo Rondeau, a quien descubre oculto en unos pajonales). Su único gesto de barbarie (o, simplemente, de afirmación victoriosa) es atar sus caballos a las rejas de la Pirámide de Mayo. Suscriben, con Buenos Aires, el Tratado del Pilar, a costa, para Ramírez, de un nuevo enemigo: Artigas, que le declara la guerra por no haber sido consultado a tal efecto.

Aunque el caudillo oriental sale perdedor en la contienda, pronto el entrerriano se encontrará completamente solo: en 1821, roto el Tratado del Pilar, López pacta con Buenos Aires, que ya tiene otros gobernantes. Podría decirse, sin embargo, que la soledad de Ramírez es la de la gloria, o la que le decreta la envidia de sus rivales. Por un abrumador plebiscito, Don Pancho es consagrado gobernador supremo de la República Entrerriana, que reúne las actuales Entre Ríos, Corrientes y Misiones. ¿Un reino propio ? Sólo en algunas exterioridades fastuosas, porque El Supremo piensa en constituciones modernas, sin monarcas. Esto no le impide entrar en Corrientes con esplendor: bien vestidos (ha mandado hacer uniformes para todos sus hombres en Buenos Aires) él, los suyos y La Delfina, que gasta traje de oficial y chambergo con la misma pluma de avestruz que rubrica el escudo de la nueva república. En las galas de sociedad Delfina, no obstante, sabrá cambiar el chambergo por las flores y la peineta, y el sable por el abanico. Luego, en el campamento de La Bajada, donde habrá bailes, títeres, juegos de naipes, riña de gallos, carreras y hasta corridas de toros, dejará el abanico por la guitarra en la que –dicen– es diestra. Hacen bien en multiplicar expansiones y dispendios. Aún no lo saben, pero a su pasión pública le quedan pocas horas de fiesta.

La mujer fatal

La Delfina es un personaje definido mucho más por las incertidumbres que por las certezas. Ni siquiera se sabe si Delfina corresponde a un nombre o a un apellido (se la ha llamado también María Delfina). Su origen familiar, su posición social, han sido objeto de fluctuaciones similares: si unos la creen hija bastarda de un virrey brasileño, otros la suponen humilde recogida por una familia estanciera. Hay quien dice que marchó a la campaña contra Artigas siguiendo, fraternalmente, a un miembro de esa misma familia, mientras que otras voces menos corteses la toman por ramera, o la hacen amante de algún oficialito. Hasta su belleza (de consenso indudable) está signada por lo impreciso. Como ocurre con Francisco Ramírez, nadie sabe a ciencia cierta si fue rubia o morena, blanca o mestiza. Alguno (el poeta Molina) le atribuye voz de sirena criolla y destrezas musicales. No se sabe si alcanzó también el desahogo de expresarse en letra escrita. Criada en el campo, en Rio Grande do Sul, acaso ni siquiera haya cursado la enseñanza primaria, la única que se les impartía incluso a los varones, aunque fuesen hijos de familias acomodadas, como el propio Ramírez.

Otro rasgo de La Delfina es indiscutible: era una mujer valiente de puertas afuera (porque también hubo muchas y anónimas guerreras domésticas que en las más duras adversidades sostuvieron, ellas solas, sus familias). Su valor era llamativo, exhibicionista. Amaba los uniformes vedados a su sexo y los lucía, según parece, con gallardía inolvidable. No eran sólo una forma elegante de travestismo, sino verdadera ropa de trabajo: acompañó a su Pancho como coronela del ejército federal en todas las batallas, aunque esa dulce compañía le significó a su amante la muerte. Delfina aparece en este sentido como contrafigura de otra guerrera: doña Victoria Romero de Peñaloza, más eficaz que ella en las lides militares, y que por salvar (con éxito) a su marido, el Chacho, recibió la herida en la frente inmortalizada por la copla popular.

¿Por qué, siendo su cautiva y virtual esclava, se enamoró de Ramírez, y por qué éste, dueño todopoderoso, la convirtió en reina sin corona? Mucho se ha escrito sobre el estado de cautiverio femenino: crónico y también fundacional en la especie humana, donde el sexo, con el extraordinario poder de gestar y reproducir (y por ello reducido a la subordinación y el control), fue siempre botín de las guerras y prenda de las alianzas. Susana Silvestre, en su biografía amorosa de la singular pareja, dedica páginas lúcidas a la historia de las cautivas rioplatenses, mediadoras, con su cuerpo, entre dos mundos. Podemos suponer que a ella no le fue difícil dejarse encantar por Ramírez, hombre joven, en el cenit de sus talentos y de su buena estrella, cuyo carácter "despejado y audaz, amplio y prestigioso", con "algo de artista", es reconocido incluso por Vicente F. López. Las prendas personales del caudillo y la oportunidad de un fulgurante ascenso hacia el poder y la gloria, marchando y mandando a su lado como si fuera un hombre, debieron de mezclársele en una irrestistible combinación afrodisíaca. Y Ramírez, ¿qué vio en Delfina? Para que una modesta cuartelera presa lograra encadenar a un varón que podía disponer de todas las mujeres, y hacerle olvidar sus serios compromisos matrimoniales con la hermana de un amigo íntimo, debió de ser algo más que un cuerpo atractivo y una sensualidad bien dispuesta. Dulzura (la de la música, la de su lengua madre) habría, sin duda, en ella; no la pasividad o la excesiva facilidad, que matan el deseo. Cautiva, pero brava seductora; sin remilgos, aunque orgullosa en su indefensión, seguramente supo darse exigiendo, y ganó la batalla con Ramírez desde el primer encuentro, cuando el placer total, correspondido, borró la asimetría entre vencedor y vencida, y los dos fueron, uno del otro, prisioneros.

El traidor

En todo humano paraíso hay una serpiente, y ese papel parece tocarle aquí a don Lucio Norberto Mansilla, futuro padre de Eduarda y de Lucio V., entonces un joven coronel porteño con mundana cultura y sólidos conocimientos técnicos que puso, durante un tiempo, al servicio de Ramírez. Horacio Salduna, biógrafo del Supremo Entrerriano, le achaca a Mansilla la responsabilidad mediata de su catastrófico final.

Los dos hombres habían entrado en contacto durante las hostilidades entre Artigas y Ramírez, después de 1820. Mansilla colabora con sus trescientos cívicos y queda sellada una amistad marcial que no será duradera. Cuando Buenos Aires y López se vuelven contra Ramírez, que prepara –nada menos– una gran campaña con el fin de recuperar el territorio paraguayo para la Argentina, Mansilla se echa atrás, argumentando que no desenvainará la espada contra su ciudad de nacimiento. Ramírez acepta esta disculpa plausible, aunque le solicita que al menos conduzca a la infantería desde Corrientes hasta Paraná. Mansilla acata, pero no cumple. Su defección priva a Ramírez de las fuerzas imprescindibles para enfrentar a López, a Bustos y a Lamadrid y lo precipita hacia la ruina.

Salduna considera premeditada la traición de Mansilla, que se habría comportado desde el comienzo como infiltrado porteño. Buenos Aires y Santa Fe lo ayudarán, luego de la muerte de Ramírez, a coronar ambiciones personales con el cargo de gobernador de Entre Ríos. A la codicia política se habría sumado otra de distinto orden: Mansilla deseaba, también, los favores de La Delfina, como lo prueba la correspondencia intercambiada con el comandante Barrenechea, al que, ya desaparecido Ramírez, envía –inútilmente– como celestino.

El final

los testimonios próximos al hecho y la memoria popular sostuvieron siempre que Francisco Ramírez murió en el intento de salvar a Delfina de la partida enemiga que la había echado en tierra y comenzaba a desnudarla.

Después de que muriera, Ramírez fue decapitado y su cabeza, embalsamada y conoció en Santa Fe el escarnio público. Su amada logró volver a Arroyo de la China, donde lo sobrevivió por dieciocho años. No se casó ni engendró hijos, y no intentó, tampoco, volver a su tierra natal.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Dorrego: El héroe olvidado de la historia Argentina

Era mediados de diciembre de 1829 y miles de personas recorrían las calles de Buenos Aires.En cada esquina los gauchos improvisaban Cielitos y Vidalitas y las mujeres y los hombres vestían de luto y por donde se mirara había llantos y lamentos.

El gobierno, los estancieros federales y la iglesia estaban abocados al monumental homenaje a Manuel Dorrego, fusilado un año antes por el general Juan Galo de Lavalle, denominado el “ Leon de Riobamba “, el granadero sanmartiniano que hizo temblar al libertador Simón Bolívar, el vencedor de Ituzaingó, y a quien la historia finalmente conocerá como El Sable sin Cabeza “ .

Así después de casi un año de olvido oficial y mientras las provincias de la Unión se debatían en guerras civiles, volvía de su muerte el Coronel Manuel Dorrego, el hombre que derramó cinco veces su sangre sobre la tierra por defender su patria, el vencedor de las batallas de Tucumán y Salta, el fundador del primer partido popular de la historia argentina, el político que favoreció al pobrerío y a los orilleros, el gobernador que puso en jaque al emperador del Brasil y se enfrentó a Francia y Gran Bretaña.

Dorrego el hombre que iba a inaugurar con su martirio la interminable guerra civil y su larga lista de crímenes políticos que hasta hoy sacuden estas tierras.

Dorrego el hombre al que sus enemigos apodaban “EL Loco Dorrego“ nació en Buenos Aires el 11 de junio de 1787 y que fue asesinado en Navarro (Pcia de Buenos Aires ) el 13 de diciembre de 1828.

Estudios y actuación en Chile

Hijo del comerciante portugués José Antonio do Rego y María de la Ascensión Salas, fue el menor de cinco hermanos. En 1803 ingresó en el Real Colegio de San Carlos.

En 1810 se encontraba estudiando en la Real Universidad de San Felipe, en Santiago de Chile, como muchos compatriotas suyos. Fue un representante de los sectores independentistas más exaltados desde los días de la destitución del Gobernador García Carrasco, llegando a gritar "¡Junta queremos!" durante la asamblea en la que los vecinos de Santiago destituyeron al Gobernador, cuando el ambiente reinante era absolutamente indiferente a la idea de la Independencia de España.

Será uno de los dos encargados de repartir las esquelas para convocar al Cabildo Abierto del 18 de septiembre de 1810, que desembocó en la creación de la Primera Junta de Gobierno. Se repartieron esquelas a quienes se consideraban juntistas y se dejaron invitaciones en casa de realistas que no se encontraban en el país.

Entre febrero y marzo de 1811 será el encargado de atravesar la Cordillera de Los Andes al menos en 4 viajes para llevar alrededor de 400 soldados voluntarios a reforzar las tropas argentinas inmersas en la Guerra de Independencia, medida solicitada por el gobierno argentino y apoyada por el líder de la Junta de Gobierno en Chile, Juan Martinez de Rozas.

El 1º de abril de 1811 será junto a fray Camilo Henríquez los líderes de la represión popular contra un alzamiento de los soldados del Regimiento de San Pablo contra la autoridad de la Junta de Gobierno, que pusieron como caudillo al coronel Tomás de Figueroa, conocido como Motín de Figeuroa.

Carrera militar en Argentina

Al estallar la Revolución de Mayo se encontraba en Chile, donde participó en la represión de una reacción realista, y desde donde regresó con refuerzos para la guerra de la Independencia.

Se destacó como militar al enrolarse en el Ejercito del Norte, teniendo protagonismo en los combates de Sansana y Nazareno, y luego fue dirigido por Manuel Belgrano, llegando al grado de coronel.

Participó como jefe de la infantería de reserva en la batalla de Tucumán y en la batalla de Salta fue uno de los primeros jefes en llegar al centro de la ciudad. Pese a que Belgrano le reconocía valor y capacidad, tuvo problemas por su indisciplina.

Eso lo privó de participar en las dos últimas batallas de la campaña al Alto Perú. Belgrano mismo comentaría que no hubiera perdido estas dos batallas si hubiera contado con Dorrego.

Volvió a incorporarse al Ejército después de estas derrotas, para apoyar la retirada del mismo al mando de partidas de guerrilleros gauchos.

Pero el nuevo jefe, San Martín, lo sancionó por haberle faltado el respeto a Belgrano, lo que le valió un retraso en su ascenso militar y no participar tampoco en la tercera campaña al Alto Perú.

En enero de 1812 y bajo el mando de Diaz Velez, en el norte de la provincia de Salta recibió sus primeras heridas en combate: un soldado realista lo golpeó en un pie y una bala le atravesó su brazo derecho.

Al día siguiente de recibir esas heridas le insistió a Díaz Velez de participar del nuevo combate y a pesar de la negativa de este que no quería que combatiera porque había perdido mucha sangre logró que lo dejaran combatir.

Ese día y después de ser el primero en cruzar el río Suipacha en medio de la batalla recibió un balazo que le atravesó el cuello, esa herida le dejaría secuelas permanentes, como la cabeza ladeada.

Diaz Velez le envió una carta al triunvirato de Buenos Aires resaltando su valor y el pedido de un reconocimiento para este joven. La respuesta desde Buenos Aires fue indubitable: se lo ascendió a teniente coronel, con sueldo de capitán desde el día que entró en servicio. El triunvirato demostraba asi su entera satisfación por los actos de arrojo a favor del gobierno revolucionario. Manuel por fin era un héroe, lo que había buscado desde su adolescencia. Era el Aquiles del ejercito del norte.

Cuando Belgrano se hizo cargo del ejercito del Norte se entendieron bien de entrada y Dorrego se convirtió en el jefe de estado mayor del Ejercito.

Sin embargo Dorrego no era un muchacho fácil. Siempre de buen humor, alegre hasta el hartazgo y en todo momento dispuesto a motivar a la tropa, pero como toda persona abierta y amante del alto perfil que busca el reconocimiento y la gloria, se convertía en padre de todas las discordias. Burlón y desdeñoso con quienes huían del campo de batalla, se erigió en fiscal de sus camaradas y le contaba las costillas a aquellos jefes que no habían tenidos actitudes épicas ante el enemigo.

Estas burlas incluso no dejaban afuera al propio Belgrano.

En septiembre de 1812 se libró la batalla de Tucumán, y la confusión por momentos era tan grande que ni Belgrano, ni Tristán estaban seguros de quien iba ganando, pero la decidida acción de un hombre, su valor y su pericia bastaron para arrollar a los realistas, detener su avance y dar vuelta una batalla que ya estaba perdida. Mientras los jefes patriotas retrocedían hubo un hombre que dio vuelta el giro de la batalla, ese hombre fue Dorrego.

En la recorrida posterior a la batalla, Dorrego se encontró con el coronel realista Pedro de Barreda, desnudo y ensangrentado. Dorrego se agachó y cuando Barreda esperaba el golpe de muerte, este se quito su chaqueta militar y la colocó sobre los hombres del enemigo vencido.

Barreda escribiría días después :” No se que admirar mas de Dorrego, si su bravura en la pelea o su generosidad en el triunfo “

Pensamiento político

Al iniciarse abiertamente el conflicto entre federales y unitarios, se encontró a las órdenes del Directorio (unitario) luchando contra los caudillos federales, derrotando inicialmente a Fernando Otorgués en la acción de Marmarajá el 14 de octubre de 1814, aunque luego fue derrotado por el entonces lugarteniente de Otorgués: Rivera en Guayabos, el 10 de enero de 1815.

La participación en el conflicto que afectaba a las provincias unidad del Río de la Plata, sin embargo, lo hizo ir acercándose al ideario de José Gervasio Artigas. Se pronunció por el federalismo (algo hasta ese momento inusitado en Buenos Aires), buscando la autonomía de Buenos Aires en igualdad de condiciones que las demás provincias.

Sus ideas federales eran un tanto ambiguas. Dirigió un grupo opositor al Directorio, en el que figuraban también Manuel Moreno, Pedro José Agrelo, Domingo French, Vicente Pazos Kanki. Manuel Pagola y Feliciano Chiclana. Apoyaba la posición republicana en contra de las pretensiones de los directoriales de llamar a un príncipe europeo para coronarlo rey. Por otro lado, se opuso a la política del Director JUan Martín de Pueyrredón de acercarse a Portugal para atacar juntos a los federales de la Banda Oriental. Por ello fue arrestado y expulsado por el Director.

Fue condenado al destierro en Santo Domingo, una colonia española. En el viaje fue liberado, el capitán se dedicó a la piratería, y estuvo a punto de ser condenado a muerte por eso. Logró llegar a Baltimore, en los Estados Unidos, donde pronto se le unieron los demás miembros de su partido, expulsados también por Pueyrredón. Allí conoció el federalismo en acción: leyó los periódicos e incluso editó uno en castellano. Se entrevistó con varios políticos, y quedó convencido de su posición republicana y federal.

Primer gobierno

Regresó a Buenos Aires en abril de 1820, tras enterarse de la caída del Directorio, en medio de la llamada anarquía del año 20. Fue rehabilitado y recibió el mando de un batallón. Cuando el gobernador Miguel Estanislao Soler fue derrotado por Estanislao López en la batalla de Cañada de la Cruz, tomó el control de los ejércitos de la capital y fue nombrado gobernador el 29 de junio. Salió a campaña a perseguir a López y sus aliados, José Miguel Carrera y Carlos María de Alvear, a quienes derrotó en San Nicolás de los Arroyos. Después invadió la provincia de Santa Fé y derrotó a López en una pequeña batalla en Pavón. Pocos días después, fue derrotado completamente en la batalla de Gamonal.

El 20 de septiembre fue depuesto en ausencia por la legislatura, que nombró en su lugar a Martín Rodriguez. Desde el frente se retiró a su quinta en San Isidro. Fue deportado brevemente en octubre de 1821 a la Banda Oriental.

De regreso ayudó a aplastar la "revolución de los Apostólicos", dirigida por Gregorio García de Tagle, a quien logró capturar; pero lo dejó huir. Acto notable, porque Tagle era el ministro que había firmado su destierro y prácticamente su condena a muerte junto a Pueyrredón en 1816.

El jefe de la oposición

En octubre de 1823 se incorporó a la legislatura provincial, y se puso al frente de la oposición federal al gobierno dirigido por Bernardino Rivadavia. A diferencia de los unitarios porteños, encarnaba los intereses de la población de gauchos del campo y de la gente pobre de los barrios porteños. Hizo una fuerte campaña presionando al gobierno a declarar la guerra a Portugal, para liberar la Banda Oriental; no tuvo éxito ante la cerrada defensa del partido del gobierno, que incluso lo excluyó de la reelección. De todos modos, junto con su hermano Luis apoyaron la campaña libertadora de los treinta y Tres orientales.

Se embarcó en un mal negocio de minería, lo que lo llevó a hacer un viaje al Alto Perú; allí fue partícipe de las entrevistas habidas entre Simón Bolivar y Carlos de Alvera por Tarija. Se entusiasmó con los planes del primero para crear una Federación Americana. Y le pidió ayuda para expulsar a los portugueses de la Banda Oriental, en términos de una adulación insólita para un personaje con una actitud tan independiente como Dorrego.

En su viaje de regreso se puso en contacto con el caudillo santiageño Juan felipe Ibarra, que lo puso en contacto con los los federales del interior y lo hizo elegir diputado al congreso Nacional. Allí se mostró contrario a la política del presidente Rivadavia por el centralismo de la misma. Al discutirse la constitucion de 1826 debatió sobre la forma de Gobierno y el derecho al sufragio. Desde el periódico "El Tribuno" atacó las medidas centralizadoras de Rivadavia, ganando prestigio en las provincias, en donde se lo consideraba un dirigente federalista de Buenos Aires. Influyó con su prédica en la crisis que culminó con la renuncia de Rivadavia a la Presidencia de la Nación. El Partido Unitario lo consideraba un traidor porque siendo Dorrego de clase patricia porteña, representaba para la metrópoli lo que había representado antes José Artigas, el político capaz de unir a la ciudad con las masas populares.

Cuando se le objetó que el federalismo era imposible dada la pobreza de las provincias, respondió que éstas podían ser económica y administrativamente viables, si se agruparan en grupos más grandes. defendió el derecho a voto de los "criados a sueldo, peones jornaleros y soldados de línea", argumentando:

"¿Es posible esto en un país republicano? ¿Es posible que los asalariados sean buenos para lo que es penoso y odioso en la sociedad, pero que no puedan tomar parte en las elecciones?... Yo no concibo cómo pueda tener parte en la sociedad, ni como pueda considerarse miembro de ella a un hombre que, ni en la organización del gobierno ni en las leyes, tiene una intervención..."

Segundo gobierno

El presidente Rivadavia envió a negociar la paz con el Brasil a su ministro Manuel José García, indudablemente la persona menos indicada, al punto de haber sido quien había incitado al rey de Portugal a invadir la Provincia Oriental en 1816. Como era de esperarse, negoció la paz a cambio de la entrega lisa y llana de la provincia al Imperio del Brasil, esto es, increíblemente transformaba las victorias militares argentinas en una victoria diplomática de Brasil. La indignación por el tratado, a pesar de que Rivadavia lo rechazó, llevó rápidamente a su renuncia.

Se disolvió el Congreso, se consideró caducada la presidencia, y se llamó a elecciones para una nueva legislatura porteña. Ésta nombró gobernador a Dorrego en agosto de 1827. En ese momento, que parecía ser el de su absoluto encumbramiento, se le ofreció el grado de general. Dorrego declinó a tal honor explicando que sólo lo aceptaría cuando se considerara digno de tal grado, es decir, cuando lo ganara en el campo de batalla; sin embargo, muchos quisieron interpretar que quería decir cuando se considerara digno de ser comparado con Artigas, Belgrano o San Martín.

Su gobierno trató de ser federal, sin lograrlo por completo: inició tímidos pasos para dar al país una organización federal. El interior confiaba en su gestión; y como los gobiernos provinciales ya lo consideraban un amigo de las provincias, éstas le dieron el manejo de la guerra y las relaciones exteriores.

Dorrego trató de superar la "herencia" del Tratado de paz de García. Para esto, como principal gobernante de las Provincias Unidas intentó concluir rápidamente la guerra argentino-brasileña con audaces operaciones, motivo por el cual comisionó al gobernador santafesino Estanislao López para la liberación de las Misiones Orientales como paso previo al desalojo de los brasileños, establecidos en Porto Alegre; asimismo logró que un mercenario alemán llamado Friederich Bauer dejara de estar al servicio de Brasil e intentara la creación de la Republica de Santa Catarina. Dorrego también entró en relación con los principales líderes riogradenses: Bento Gonzacalves da Silva y bento Manuel Ribeiro para que ellos crearan la República de San Pedro de Río Grande.

Pero la presión inglesa, ejercida directamente por el enviado lord John Ponsonby representante de los intereses de la Corona Británica en Buenos Aires, e indirectamente a través del Banco de la Provincia, controlado por capitalistas ingleses, trabaron su accionar. Por otro lado, las acciones directas de naves militares del Reino Unido y del Brasil sobre naves argentinas forzaron a Dorrego a aceptar una paz desventajosa. Ponsonby llegó hasta el punto de amenazar con una intervención militar si no se firmaba la paz con Brasil.

Si bien se mantuvo inflexible sobre la negativa a aceptar lo antes firmado por García, tuvo que aceptar la independencia de la provincia en disputa como Estado Oriental del Uruguay a través del tratado ratificado el 29 de septiembre de 1828. A principios de octubre las tropas argentinas establecidas en Río Grande partían de regreso.

Conspiración y muerte

Dorrego era propenso a ganarse enemigos, y la lucha periodística en que se vio enredado desde el comienzo de su gobierno con el partido unitario derrotado llevaron los ánimos a un enfrentamiento apenas latente. Los unitarios esperaron su oportunidad, y ésta llegó con el ejército que había combatido contra el Brasil, cuyos oficiales estaban abiertamente descontentos con el tratado de paz.

Dorrego estaba sencillamente indefenso: a la luz del día se tramaba una conspiración para derrocarlo. Cuando le dijeron que Lavalle (antiguo compañero de armas en el Ejército y a quien Dorrego había recomendado en su momento para un ascenso) estaba a punto de atacarlo, no quiso creerlo. El 1 de diciembre, sin embargo, Lavalle se puso al frente de una revolución y lo derrocó. Ese sería el primer golpe militar a un gobierno legítimamente elegido por el pueblo en la Argentina.

Mientras Dorrego se retiraba al sur de la provincia, los unitarios celebraron una "elección" (en la que sólo participaron ellos) que nombró gobernador a Lavalle. Para darse una idea de cuánta gente votó y con qué garantías, basta decir que se hizo de viva voz en el atrio de una iglesia, custodiada por el regimiento de Lavalle. La legislatura fue disuelta, y los unitarios celebraron que los sirvientes “volverán a la cocina”.

Apoyado por el coronel Juan Manuel de Rosas, el gobernador pidió ayuda a los demás gobiernos provinciales y se dirigió a Navarro. Imprudentemente, esperó allí a Lavalle y sus hombres, por los que fue fácilmente vencido en la batalla de Navarro. Huyó hacia el norte, buscando la protección de Angel Pacheco, pero fue arrestado por Bernardino Escribano y Mariano Acha y entregado a Lavalle.

Lavalle se negó a conversar con él e inmediatamente ordenó que se lo fusilara, tal como se lo había instigado en la reunión del 30 de noviembre a la que fueron, entre otros, Julián Segundo de Aguero, Salvador María del Carril, los hermanos Florencio y Juan Cruz Varela, Martín Rodriguez, Ignacio Alvarez Thomas, Valentín Alsina.

Dorrego, indignado, contestó:

"Dígale que el gobernador y capitán general de la provincia de Buenos Aires, el encargado de los negocios generales de la república, queda enterado de la orden del señor general. A un desertor al frente del enemigo, a un enemigo, a un bandido, se le da más término y no se lo condena sin permitirle su defensa ¿Dónde estamos? ¿Quién ha dado esa facultad a un general sublevado? Hágase de mí lo que se quiera, pero cuidado con las consecuencias."

Enseguida le escribió una carta a Estanislao López y otra a su esposa – Ángela Baudrix –, en que les expresó:

"dentro de unas horas seré fusilado y todavía no sé por qué razón."

Legó la mayor parte de sus bienes materiales al Estado y escribió a López que perdonaba a sus perseguidores y le pedía que su muerte no fuera causa de derramamiento de sangre. Eso es exactamente lo que fue, y por muchos años: en efecto, fue el comienzo de la guerra civil que duró hasta mucho después de la Batalla de Caseros.

Sumaria y extrajudicialmente, Lavalle lo hizo fusilar en Navarro el 13 de Diciembre de 1828.

Salvador María del Carril, uno de los que había empujado a Lavalle al crimen, le escribía unos días después:

«fragüe el acta de un consejo de guerra para disimular el fusilamiento de Dorrego porque si es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos»

Lavalle, por su parte, asumió solo toda la responsabilidad.

"Participo al Gobierno Delegado que el coronel don Manuel Dorrego acaba de ser fusilado por mi orden, al frente de los regimientos que componen esta división.

La Historia, señor ministro, juzgará imparcialmente si el señor Dorrego ha debido o no morir, y si al sacrificarlo a la tranquilidad de un pueblo enlutado por él, puedo haber estado poseído de otro sentimiento que el del bien público. Quiera el pueblo de Buenos Aires persuadirse que la muerte del coronel Dorrego es el mayor sacrificio que puedo hacer en su obsequio. Saludo al señor ministro con toda consideración. Juan Lavalle

Respecto de la importancia de este hecho para la historia argentina, años después Domingo Faustino Sarmiento diría:

"...la muerte de Dorrego fue uno de esos hechos fatales, predestinados, que forman el nudo del drama histórico, y que, eliminados, lo dejan incompleto, frío, absurdo."

· Extractos del libro de Juan Brienza : El ultimo revolucionario, el Loco Dorrego