miércoles, 2 de diciembre de 2009

Ser Dios ( Carlos Ruiz )

Ser Dios.

Nunca se le había ocurrido, es mas, casi no le dio importancia cuando el gordo se lo dijo con una sonrisa.

Y ahora no sabe muy bien por que se le cruzó por la cabeza.

Justo ahora, cuando mas concentrado tiene que estar.

Se apoyo firmemente sobre los codos y respiró profundo.

Los ruidos del entorno se fueron aislando rápidamente, sonaban distantes.

A unos metros el jefe permanecía en silencio.

Esto ya lo habían vivido otras veces y sabía que podían estar así un largo rato, hasta que el le susurrara: ahora.

Pueda ser que sea rápido, piensa. Hace frío, y lo siente sobre los dedos desnudos.

En esta circunstancia nunca pudo usar guantes, siente como que pierde sensibilidad, y que los dedos no acaten con suficiente celeridad la orden del cerebro.

Bah, son solo mañas ó costumbres.

Una piedrita que quedó a la altura de la cintura le está molestando, y se mueve apenas un milímetro acomodando el cuerpo, pero es suficiente para perderlo por un segundo de vista.

Lo busca rápidamente y otra vez lo tiene ahí.

-Rápido por favor, terminemos esto.

Ya desde hace un tiempo se da cuenta que por momentos la impaciencia le va ganando la pulseada. El siempre creyó que a mayor edad, mayor aplomo.

En realidad hubo un tiempo que sintió que había llegado a la plenitud, se sentía tranquilo y el trabajo lo hacía bien y a conciencia. Era como ir a la oficina todos los días y hacer que el trabajo simplemente saliera perfecto, cada papel en su lugar.

Era un tiempo en el que disfrutada del momento, del trabajo bien realizado, de la palmada en la espalda como signo de aprobación.

Palmada que necesitaba, casi como la caricia que recibe un perro después de una tarea bien realizada.

Quizás todo su trabajo fuera un pequeño escalón para llegar a la palmada de aprobación.

Eran como bastones en los que se iba apoyando para llegar a lo que siempre había buscado: el pequeño gesto de aprobación, el guiño cómplice, la palmada en el hombro.

El sabía que en esto no existen las palabras grandilocuentes, ni los homenajes.

Solo eso, la aprobación casi en silencio.

Pero el se sentía útil y sabía que siempre iban a pensar en el en primer lugar.

Y el siempre estaba ahí, sentado en un rincón esperando el llamado, la pequeña seña casi sin palabras.

No importaban las horas de espera, el estaba ahí.

Cuando llegaba la noche y los pasillos se comenzaban a quedar en silencio, se levantaba lentamente y se encaminaba a la salida.

De todas maneras sabía que en cualquier momento podía sonar el teléfono y la voz del otro lado simplemente le diría que había trabajo.

Y en ese momento se sentía pleno, renovado, vivo.

Caminaba rápido, silbando bajito, casi sonriendo.

Se sentía pleno, había trabajo.

Y una vez ahí, en ese momento, todo el mundo giraba a su alrededor.

Es más, todos se corrían unos metros, dejándole su espacio. Ese espacio que nadie se animaba a invadir, ni siquiera el jefe. En ese momento el era el jefe, el dueño, el amo.

El los presentía, uno metros mas allá mirándolo respetuosamente.

Nada ni nadie osaría en ese momento discutir su autoridad.

Esa autoridad que no estaba impuesta con palabras.

Si, ahora que lo piensa bien, en ese momento se sentía Dios, el dueño de ese lugar que se supo ganar con el tiempo.

Antes que nada sabiendo acatar las órdenes.

Las órdenes no se discuten, se acatan.

Eso fue lo primero que le dijeron cuando llegó y se convirtió en su frase de cabecera.

Ser Dios.

La pucha, nunca lo había pensado así.

Lo miró a la distancia y lo sintió así.

El era el dueño de la vida y de la muerte de esa persona, la cual ni siquiera sabia que el lo tenía desde hace un largo rato en la mira.

Con la mira le busco el rostro, y en un momento que giró la cabeza lo miró directo a los ojos y pensó “ estás en mis manos, yo soy el dueño de tu vida, el que decide si hoy podrás llegar o no a tu casa”.

Ese pensamiento le produjo un pequeño temblequeo en el cuerpo ¿quien era el para tomar semejante decisión? No, eso no estaba bien, y por primera vez dudó.

¿Tendrá familia? ¿Lo esperará un hijo como a el?

No, no debería hacerlo. El no se tenía por que arrogar semejante decisión.

La vida ó la muerte.

Ser Dios.

Lo volvió a mirar directamente a los ojos, sonrió levemente y apretó el gatillo.


Carlos Ruiz

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